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"Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro"
Albert Einstein

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viernes, 14 de agosto de 2015

Verde y Amarillo


Si salgo corriendo, tú me agarras por el cuello
Y si no te escucho, grita.
Te tiendo la mano, tú agarra todo el brazo
y si quieres más, pues, grita.
-- Jarabe de Palo "Grita"



Hace tanto que te debo estas líneas que ojalá esto sea una sorpresa. Pero una sorpresa de las buenas, de las que te levantan las comisuras de los labios sin querer y te aceleran un poco el pulso. Dime, estas sonriendo? Aun no? bueno, espera un poco. Esto es sólo el principio.


No paro de borrar y volver a escribir palabras que expliquen bien lo que quiero decir y me doy cuenta de que en verdad no sé qué decirte. Y dirás, Jesús, pues menos mal, porque de normal no te callas ni debajo del agua. Y es verdad, que poquito me cuesta contártelo todo y hablarte de cualquier cosa que merodea por mi cabeza. Te he contado tantas cosas, te he hecho escuchar cosas que de normal ni diría a nadie ni tú tampoco escucharías. Horas, cielo, horas y horas pasando frío, pasando sueño, sabiendo que al día siguiente no habría Dios que nos levantara de la cama, pero ahí seguíamos.

Así es un poco como yo veo la amistad. Estar, seguir, permanecer aunque el cuerpo no pueda más, aunque las circunstancias no sean las mejores. Qué fácil es hablar delante de un café (o una cerveza) en una terraza en mayo, ¿verdad? pero a las 2 de la mañana, en enero, con el frío en los dedos y el viento en la cara, quien se queda es quien vale.

Y tú, mágicamente, siempre estás. Cuando pasan cosas geniales, maravillosas, estupenfásticas. Cuando pasan cosas horribles, terribles, dolorosas. No te creas que no soy consciente de la inmensa suerte que tengo de haber coincidido en la vida con un personaje como tú, con un sentido del humor tan absurdo que es imposible no reirte. Con esa manera tan ridícula y eficaz de quitarle hierro a los problemas para no preocupar a lo que te rodean. Con esa ilusión en los ojitos cuando te lo pasas bien con cualquier tonteria. Soy muy afortunada de tener por mejor amigo a un niño enorme con barba, y soy consciente, pero no pienso darte las gracias por nada.

No te daré las gracias por apoyarme siempre que lo he necesitado.
Por entenderme cuando nadie quería hacerlo
Por perdonarme cosas que ni yo me perdonaba
Por valorar cada esfuerzo que hago para ser "mejor" persona.
Por tener la paciencia y el cariño necesario para corregir mis meteduras de pata
Por alegrarte por esas tonterías que no afectan nada en tu vida pero que forman una parte importante de la mía.

No te daré las gracias porque espero poder devolverte cada favor, cada sonrisa, cada regañina, cada charla y cada cerveza en la eternidad de vida que nos queda. Porque quiero que me pongas en evidencia en mi boda, que malcríes a mis hijos y les cuentes cosas horribles de su madre. Quiero que cuando hable de mi adolescencia, de mi vida de niñata de barrio alguien pueda decir "Houna, yo estaba allí"

Y quiero que, esa persona, seas tú.


Corazones verdes y amarillos.

Houna

viernes, 26 de junio de 2015

Caminante, no hay camino




Si has llegado hasta aquí, quizá necesites oir algunas palabras bonitas. Yo no te conozco, quizá pienses que te lo digo por decir. Que mis palabras son clichés de autoayuda barata, impersonal y producida en serie y que por supuesto jamás serán consuelo para lo que te sucede.

Nada más lejos de la realidad, mi querido lector.

Estoy exactamente igual que tú. Un poco perdida, un poco segura de lo que quiero, temerosa del futuro. Yo también me enamoro de canciones, y me acuesto con novelas por la noche. A mi también me pone de mejor humor un día bonito, y me gusta mirar la lluvia por la ventana, segura en casa.

Por eso sé que esto te va a servir.

Porque yo también me pregunto cómo querer puede resultar doloroso si siempre nos han dicho que el amor es lo mejor que podemos ofrecer al mundo. Y es cierto, querido lector, pero nadie nos ha dicho que para que no duela querer, te tienen que querer de vuelta.

Y hay algunas personas que eso no lo saben hacer. Tú también las conoces, como las conozco yo. Esas personas que no dan las gracias, que en lugar de pedir perdón te explican que "ellos son así" y por tanto no pueden cambiar su naturaleza para no herirte. Eres tú, fiel amante amantísimo, quién debe aceptar sus desdenes y sus impulsos. Porque así quizá, quizá algún día te dé las gracias, te diga que valora todo lo que has hecho. Un día que abrirá los ojos, te reconocerá que ha estado ciego o ciega y que, gracias a que tú has estado allí, no ha perdido el rumbo.

Esas personas a las que siempre encuentras la excusa perfecta para perdonar un acto feo, malvado, ofensivo, hiriente y doloroso. Pero no es tan grave, ¿verdad? Ha sido sin querer. "Es que es así."

Lo siento, querido lector, pero tengo que decirte algo que no quieres escuchar. Es grave, es muy grave.
Es grave porque te hace daño, y tu dolor tiene un valor incalculable que de poca o ninguna manera se puede aliviar y, por tanto, no debes dejar que nadie menosprecie los ataques que te alcancen. Querido lector, entiende que, por mucho que tu lo desees, esas personas no cambian por nadie. No cambian por ellas mismas, por ser felices, no van a cambiar por ti.

Mi queridísimo lector, esta carta es para tí. Para que reconozcas que no eres un saco de boxeo. Que no eres fan de nadie ni le debes absolutamente nada a nadie. Y que nadie que te quiera y te valore pasará por alto tu dignidad y el respeto que nos guardamos todos.

Que no te manden callar porque tu voz merece ser escuchada.
Que no te echen porque tu presencia es muy valiosa
Que no te castiguen porque tú no necesitas que te eduquen.
Que no te ignoren porque tienes mucho que aportar

Mi querido lector, no hace falta que digas adiós, que discutas, que te pelees. Simplemente, avanza. Sigue tu camino y, quien quiera, te seguirá el paso. Quien no, intentará frenarte.

No dejes de avanzar.

https://www.youtube.com/watch?v=VHrLPs3_1Fs

El cartero siempre llama dos veces



No sé si nos dijimos "adiós", "hasta luego" o "hasta nunca" y no porque no estuviera atenta, sino porque no me quiero acordar

Al final todo fueron malas palabras, "porque tú...", "porque yo...", y muchas excusas ,"es que...", "pero...". Explosiones llenas de confesiones en las que la verdad se convirtió en arma, el miedo en testigo y el amor en víctima. "Pues, ¿sabes qué?", "no te lo dije, pero...", no dejamos títere con cabeza, no era nuestro estilo.
Fue un final infeliz para una historia que no nos hizo felices.

Y pensé que, terminada la función, ya no habría más que herir. Pero no, con el telón aun por bajar comenzó la rabia, el resentimiento. El autoconvencimiento de que esto era lo correcto, de que tenía que ser así. De que no merecías que me preocupara, que te quisiera, que te acompañara. La tertulia con miles de corazones ajenos que daban la razón a mi boca y a mi cabeza. Y, mientras tanto, nadie escuchaba a mi pobre corazón sollozando tímidamente.

Hasta que se cansó, y lleno de frustración y rabia mi corazón comenzó a gritar, a dejar sangrar sus cortes y heridas y a preguntarme qué cojones me había pasado, que dónde guardaba ahora todo el amor que tenía para ti y que tú ahora no querías. Y que yo ahora no quería darte. Y aquí te eché de menos. Mucho.
Eché de menos tus ojos escudiñando los míos buscando complicidad. Eché de menos tus risas exageradas, como si mis comentarios fuesen los más ingeniosos del mundo. Eche de menos tu mano sobre mi espalda, tu colonia en mi pañuelo. Busqué en todos los recuerdos de mi pecho, y mi fracturado corazón me mostró todos nuestros momentos, las risas, los abrazos, los besos. Él no se acordaba de nada más que de lo bueno, nada de lo malo. Pero yo, sí.

Y entonces me eché de menos a mí. Eché de menos levantarme con una sonrisa, mirar al frente sin buscarte. Eché de menos ponerme pendientes sin pensar cuáles eran tus favoritos y eché de menos trenzarme el pelo sin recordar que te gustaban mis rizos. Eché de menos mi naturalidad, mi forma de ser, mi tranquilidad. Pero, sobretodo, eché de menos poder oir tu nombre sin que me hiciera daño.

Pero cuando creí que este sería mi nuevo estado de ánimo y que jamás podría acostumbrarme a estar sin ti, entonces me desperté y, mágicamente, ya no te necesitaba. No se cómo ocurrió, solo sé que desde entonces, tu nombre esta más hueco y mi alma está más llena. Que te veo y no te miro. Que te oigo y no te escucho. Que no me sangras, no me dueles.

Por eso, ahora, cuando quieres cogerme la mano, cuando me miras tratando ver a través de mi piel. Cuando buscas ese comentario ingenioso que te haga reír, no lo encuentras. Y no lo encuentras, porque ya no está a tu alcance.