Bienvenido

"Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro"
Albert Einstein

Buscar este blog

viernes, 26 de junio de 2015

El cartero siempre llama dos veces



No sé si nos dijimos "adiós", "hasta luego" o "hasta nunca" y no porque no estuviera atenta, sino porque no me quiero acordar

Al final todo fueron malas palabras, "porque tú...", "porque yo...", y muchas excusas ,"es que...", "pero...". Explosiones llenas de confesiones en las que la verdad se convirtió en arma, el miedo en testigo y el amor en víctima. "Pues, ¿sabes qué?", "no te lo dije, pero...", no dejamos títere con cabeza, no era nuestro estilo.
Fue un final infeliz para una historia que no nos hizo felices.

Y pensé que, terminada la función, ya no habría más que herir. Pero no, con el telón aun por bajar comenzó la rabia, el resentimiento. El autoconvencimiento de que esto era lo correcto, de que tenía que ser así. De que no merecías que me preocupara, que te quisiera, que te acompañara. La tertulia con miles de corazones ajenos que daban la razón a mi boca y a mi cabeza. Y, mientras tanto, nadie escuchaba a mi pobre corazón sollozando tímidamente.

Hasta que se cansó, y lleno de frustración y rabia mi corazón comenzó a gritar, a dejar sangrar sus cortes y heridas y a preguntarme qué cojones me había pasado, que dónde guardaba ahora todo el amor que tenía para ti y que tú ahora no querías. Y que yo ahora no quería darte. Y aquí te eché de menos. Mucho.
Eché de menos tus ojos escudiñando los míos buscando complicidad. Eché de menos tus risas exageradas, como si mis comentarios fuesen los más ingeniosos del mundo. Eche de menos tu mano sobre mi espalda, tu colonia en mi pañuelo. Busqué en todos los recuerdos de mi pecho, y mi fracturado corazón me mostró todos nuestros momentos, las risas, los abrazos, los besos. Él no se acordaba de nada más que de lo bueno, nada de lo malo. Pero yo, sí.

Y entonces me eché de menos a mí. Eché de menos levantarme con una sonrisa, mirar al frente sin buscarte. Eché de menos ponerme pendientes sin pensar cuáles eran tus favoritos y eché de menos trenzarme el pelo sin recordar que te gustaban mis rizos. Eché de menos mi naturalidad, mi forma de ser, mi tranquilidad. Pero, sobretodo, eché de menos poder oir tu nombre sin que me hiciera daño.

Pero cuando creí que este sería mi nuevo estado de ánimo y que jamás podría acostumbrarme a estar sin ti, entonces me desperté y, mágicamente, ya no te necesitaba. No se cómo ocurrió, solo sé que desde entonces, tu nombre esta más hueco y mi alma está más llena. Que te veo y no te miro. Que te oigo y no te escucho. Que no me sangras, no me dueles.

Por eso, ahora, cuando quieres cogerme la mano, cuando me miras tratando ver a través de mi piel. Cuando buscas ese comentario ingenioso que te haga reír, no lo encuentras. Y no lo encuentras, porque ya no está a tu alcance.



No hay comentarios:

Publicar un comentario